Hace más de tres años, 3.000 profesores e investigadores de Universidad firmamos el Manifiesto “¿Qué Educación Superior?”, redactado por un grupo de profesores de la UCM (“Profesores por el Conocimiento”), en el que expresábamos nuestra grave preocupación ante la orientación del proceso de construcción de un Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Entre las preocupaciones entonces apuntadas se encuentran las siguientes: que la transformación de la Universidad se realice sin el indispensable debate público y sin tener en cuenta las opiniones de profesores y estudiantes; que se menosprecien demandas sociales, desligadas de intereses mercantiles, como la adquisición de una sólida formación en determinadas especialidades científicas o humanísticas; que los cambios no tengan en cuenta las características y necesidades de cada uno de los estudios universitarios y se aplique un modelo único para todas las titulaciones; que la adaptación de los estudiantes al mercado de trabajo sea la finalidad única de la formación universitaria y que, por tanto, el énfasis no se ponga en los contenidos, los conocimientos, sino en la adquisición de habilidades y destrezas; que la transformación suponga un aumento desmesurado del trabajo burocrático del profesor, consumiendo la mayor parte de sus energías en claro detrimento de la calidad de la docencia; que
en la valoración de ésta se evalúe el uso de ciertas metodologías y nuevas tecnologías independientemente de lo que debería ser lo fundamental: los contenidos y los resultados; o que se afronten las reformas sin un estudio serio, e indispensable, de las necesidades económicas y de los recursos materiales y humanos necesarios para llevarlas a cabo.
en la valoración de ésta se evalúe el uso de ciertas metodologías y nuevas tecnologías independientemente de lo que debería ser lo fundamental: los contenidos y los resultados; o que se afronten las reformas sin un estudio serio, e indispensable, de las necesidades económicas y de los recursos materiales y humanos necesarios para llevarlas a cabo.
Tres años después hay más elementos de juicio para que la comunidad académica pueda valorar si estos temores eran infundados. Por nuestra parte sólo podemos suscribir las palabras del Rector de la UCM quien, en su reciente artículo “Sí a Bolonia, pero no así” (El País, 9/6/2008), manifiesta que “los peligros … son reales”, si bien “no deben ser imputables a Bolonia”. En efecto, como siempre hemos mantenido, otro proceso de convergencia con Europa es posible, desde la afirmación y confirmación de la Universidad como institución cuya tarea es la creación del conocimiento mediante la investigación y su transmisión mediante la docencia. Bienvenido todo aquello que contribuya a ese objetivo fundamental, siempre que no se confundan en ningún momento los medios con los fines. Pero cuando la evaluación de la calidad de la docencia se orienta no a los contenidos y resultados docentes sino a las metodologías y herramientas utilizadas, presumiendo, además una deficiencia pedagógica indiscriminada del profesorado con independencia de su experiencia y de su buen hacer, algo va muy mal en un proceso de supuesta mejora de la Universidad. ¿Es imaginable una descalificación parecida de los jueces o los médicos como consecuencia de cualquier proceso de europeización?
Del mismo modo, alguien tiene que explicar qué tiene que ver el reconocimiento de títulos o la mayor movilidad entre universidades europeas con medidas tales como la supresión de titulaciones (p.ej., Filologías), inevitable si se exige un número determinado de estudiantes de nuevo ingreso para la aprobación de una titulación de grado, o la eliminación, por parecidos criterios, de asignaturas optativas, pese a que universidades como la UCM dispongan, en ambos casos, de recursos para mantenerlas.
Deberíamos recordar la Declaración de los Rectores de las Universidades Europeas en 1988, quienes definieron la Universidad como una institución autónoma, que “de manera crítica, produce y transmite la cultura por medio de la investigación y de la enseñanza (…) con independencia moral y científica frente a cualquier poder político y económico”, y que atribuyó a los profesores la tarea de “transmitir el saber”, o sea, los conocimientos producidos a lo largo de
generaciones, y a los estudiantes “el derecho de enriquecerse con ello”. Desde estas palabras de la Carta Magna de las Universidades Europeas, sí a Bolonia, pero con estas premisas. La UCM tiene la responsabilidad de impulsar un cambio de rumbo en el ámbito de las decisiones que le competen y la posibilidad de liderar un proceso de convergencia real acorde con el compromiso que la institución universitaria ha de tener con el conocimiento. Cada vez queda menos tiempo.
generaciones, y a los estudiantes “el derecho de enriquecerse con ello”. Desde estas palabras de la Carta Magna de las Universidades Europeas, sí a Bolonia, pero con estas premisas. La UCM tiene la responsabilidad de impulsar un cambio de rumbo en el ámbito de las decisiones que le competen y la posibilidad de liderar un proceso de convergencia real acorde con el compromiso que la institución universitaria ha de tener con el conocimiento. Cada vez queda menos tiempo.
Por Julia Téllez
Profesora de la Facultad de Ciencias Físicas.